Hay cosas q sin lugar a dudas sorprenden, son un valde de agua fría en una madrugada de invierno, son un sopapo bien violento que nos despeina y nos hace putear como nunca.
Estas cachetadas son vividas desde cualquier ámbito de la vida de un ser humano y siempre la q liga uno mismo es la q aparenta ser más dolorosa, más sangrienta.
Pero las cachetadas, esas que te despeinan, que te desacomodan la ropa y las neuronas, tienen una razón de ser en cada ocasión y situación por más que parezcan ser unas reverendas hijasdemil...si, todas cumplen un rol trascendental.
El tema está en que durante el golpe se nos nubla la vista, el ardor en la piel empieza a caminar y hasta las ideas y expresiones se violentan contra el mundo, contra el otro, contra uno mismo. Con el tiempo, cuando se convierte en una huella inevitable y vuelve a arder en el recuerdo, cuando vemos que lo demás fue transcurriendo de una manera normal y cotidiana, las fichas empiezan a caer.
Nada es un hecho aislado, tampoco estas cachetadas vomitivas que te hacen escupir el optimismo, las cosas simples, a los demás sin razón, vomitar en la cama de tu mejor amigo la poca bilis que te quedaba después de un pedo crónico, todo sucede como una cadena en la cual cada cachetada alimenta y contribuye el crecimiento desde otro plano, genera la creatividad, estimula otras habilidades y entonces ahi podemos decir que ese golpe hijo de puta que pareció doler más que un puntazo en la yugular, cuando la mochila pesaba más...sale a flote esa vieja y boluda -pero cierta- frase "no hay mal q por bien no venga"...por eso,un brindis y aguanten las cachetadas vomitivas q alimentan el aprendizaje. A los golpes se hace el hombre carajo.
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