Despertó y el nudo en el pecho seguía allí.
Si el despertador había sonado, jamás lo escuchó.
Si el despertador había sonado, jamás lo escuchó.
Ya era tarde y una leve llovizna caía sobre la ciudad, con un solemne cielo gris.
Salió
de casa y la angustia soplaba fuerte aún.
Vio a la vecina de la esquina esperando colectivo en el lugar de siempre y levantó la mano saludándola, pero no tuvo respuesta.
Vio a la vecina de la esquina esperando colectivo en el lugar de siempre y levantó la mano saludándola, pero no tuvo respuesta.
Siguió caminando las
cuatro cuadras que la separaban de la parada del 13.
Esta vez tuvo suerte, no hubo mucho que esperar.
El chofer no la saludó y devolvió el cambio fríamente.
El colectivo tenía todos sus asientos ocupados, muchos dormían, otros miraban la calle sin advertir su presencia.
Esta vez tuvo suerte, no hubo mucho que esperar.
El chofer no la saludó y devolvió el cambio fríamente.
El colectivo tenía todos sus asientos ocupados, muchos dormían, otros miraban la calle sin advertir su presencia.
Hizo
los habituales 40 minutos de viaje, y al bajar se encontró con la dueña
del almacén de la otra cuadra. "Buen día", dijo y la quiosquera no
respondió.
Era uno de esos días grises, en los que parecía que nadie la veía, nadie advertía su existencia.
Uno de esos días en los que sentía ser un fantasma.
Hoy se preguntaba si era un fantasma real esta vez.
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