"¡Qué día de mierdaaa!", fue la primera expresión del inquieto al despertarse. Una resaca asesina, quebraba poco a poco su cráneo, después de una mala noche.
Yo, lúcida y cómo nueva, pero con un sueño gigantesco luego de ser interrumpida infinitas veces por el perro -maleducado- de la familia, sólo quería salir a recorrer y gastar los pocos pesos que tenía. Luego de un fugaz desayuno, partimos a Talcahuano "el paraíso de los instrumentos", según me lo pintaban, para intentar dar con un pedal de volumen pedido por mi insistente compañero de vida que esperaba ansioso en Posadas.
Viajamos, bastante y ya no recuerdo bien en qué tipo de transporte, colectivo/subte/tren, hasta llegar a la zona indicada, pero con malas caras decidimos almorzar primero y retomar el objetivo de la salida.
Entramos en lo que, según él, era una tradicional pizzería porteña: La Continental. Luego de un rato largo, optamos por una de jamón y morrones con una coca y mucho hielo, deseando que eso uniera las grietas de su mente.
Llegó el pedido. Primera buena señal. Era la pizza más rica que jamás habiamos probado y la coca se sentía como el perfecto remedio para los gritos de auxilio de un par de hígados castigados por el tiempo y la mala vida.
Repletos de buen humor y renovados salimos a recorrer las casas musicales. Pero otra vez, la cachetada. Cerrado, cerrado, cerrado, cerrado, cerrado, cerrado, cerrado, cerrado ... apenas un local abierto y sin rastros del maldito pedal. Tomé un tiempo para mirar tras las vidrieras, esos bajos que jamás voy a tocar y volamos a otra zona no tan exclusiva, pero en la que podrían estar abiertos los comercios del rubro.
Al fiiiin, dimos con dos locales abiertos, donde por unos pesos más de lo estipulado me llevé el pedal para mi amorcito. De paso cañazo, el inquieto no tuvo mejor idea que comprarse un ukelele, instrumento que acaparó muchas horas de nuestra atención una vez regresados a su casa.
Luego de la cena, moríamos de cansancio por la caminata diurna y con algo de aburrimiento, mientras tanteábamos algunos planes y compañías para la noche. Un bar, donde por poco más de 30 pesos te daban 9 pintas de cerveza artesanal, parecía una buena opción. Sin embargo, comenzamos a chekear data de fiestas y recitales para esa noche.
Fue ahí, cuando todo se acomodó causalmente a mi favor. Una fecha fantasma de Loquero, una de mis bandas preferidas durante la adolescencia "justamente" esa noche, en el marco de la fiesta Old School en un bar llamdo Sick Club.
El inquieto, se encargó de organizar los medios por los cuales llegar a destino y conmigo -enloquecida hasta el hartazgo- rogamos llegar a tiempo, porque ya era tarde y no había tiempo que perder.
Finalmente, uno de sus amigos -con auto- se acopló y de esa manera todo parecía encaminarse. Pero nuevamente, un presentimiento no muy bueno (o sugestión?) empezó a dar vueltas en el aire ... no encontrábamos el Sick Club! Hasta que al fin, una veintena de punketes bien exteriorizados formando una improvisada fila me alivió por completo.
Una vez adentro, impactaba la cantidad de gente y las perfectas canciones sonando. The Clash, Misfits, Ramones, NOFX, Los Brujos, TTM ... y una pantalla gigante donde proyectaban imágenes que atrapaban. Fico de Massacre era uno de los DJ`s.
Un rato más, un par de birras y entramos en calor con la banda soporte. Un cuarteto de desquiciados, cuyo vocalista -un flaco extremadamente alto y sonriente- parecía sufrir epilepsia con sus maracas y pandereta en mano. Eran los Bam Bam Estás Muerto. Una bomba que despertó mi curiosidad y mi ansiedad al extremo. Pero nada podía más que "mi objetivo".
Loquero llegó, subió al escenario y me bombardeó la cabeza y el corazón. Pude presenciar uno de esos shows que me imaginé durante taaantos años, mucho mosh, agite desmesurado y un Chari en su máxima expresión.
Me quedaba inmóvil, como extasiada, sólo observando, mientras los recuerdos de aquellos años me estallaban. Los amigos de aquel entonces, las historias, los dolores, las alegrías y entendí otra vez...
Por más que pasen los años, la vida, las personas; por más que crezcamos, por más tropiezos y aprendizajes, por más que la curiosidad avance y las etiquetas se desvanezcan, por más que se abran las mentes y los oídos diluyendo los prejuicios ... hay cosas que nunca cambian.
Podemos cambiar algunos pensamientos, nuestra forma de hablar, y hasta determinadas maneras de ver, pero las esencias no se pierden, ni se cambian. Hay marcas que quedan en el tiempo, como la marca que deja la primera música que te envuelve, que te sana, que te sirve de escudo para defenderte de lo que no te gusta, con la que te sacaste el enojo, con la que aprendés a olvidar, a dejar atrás, a crecer, y a ser. Siempre, todo, volverá al mismo punto de partida ... el punk rock.
1 comentario:
Wow, lo que escribiste me emociono posta. De alguna manera me senti identificada... estoy segura que el dia que vea a loquero me va a pasar lo mismo.
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