jueves, 13 de octubre de 2011

Una hermosa fatalidad ... Día 3

¡Qué noche Teté! Cara de felicidad incorruptible ... pero saber que arrancaba la cuenta regresiva para la llegada de ese maldito monstruo con pollera llamado "Despedida" ... volvía un tanto nostálgica la jornada.

Juntar lentamente cada una de mis cosas y guardarlas perfectamente en la valija, fue una tarea minuciosa que abandoné casi cerca de la hora del almuerzo. Había silencio, no había ni rastros del perro adiestrado bajo las malas costumbres, puse música para levantar un poco la energía.

El inquieto estaba en la misma. Contento por la manera en que había remontado nuestro Día 2 (y el estado de bienestar estomacal y craneáno que padecía luego de una noche libre de excesos etílicos, pero con todo el punk rock que necesitábamos); y una mirada con algo de "saudade" por lo que venía.

Ambos sabiendo que esta vez no pasaría un año hasta volvernos a ver -sólo algunos meses- había que esperar las vacaciones de verano, pero igualmente ese sabor del "hasta luego", tan agridulce.

Una buena. La primera del día. Había una sorpresa para mí. Volvieron sus padres con dos paquetes: uno era el perro energético ¬¬ y el otro era el almuerzo antes de partir a Retiro. Habian comprado un arsenal de una de las delicias más irresistibles para mi: "sanguchitos" de migaaaaaa.

Nada mejor, absolutamente. Comimos desesperados como si nos corrieran, hasta que el reloj avisaba que era hora.

Mmm ... saludar, dar las gracias, juntar las últimas cosas ... odio esos instantes, soy muy sensible en esas oportunidades, siempre quiebro. Me habían brindado tanto que emitía palabras sueltas por miedo a que un puchero aniñado y tristón se manifestara en mi cara sin poder frenarlo.

Una vez en la vereda, veía al perro maleducado trepado en la ventana ladrando y moviendo su cola incansablemente, despidiéndose también. Supe que a pesar de su vehemencia a la hora de romper las bolas por jugar, comer o mimarte en demasía, y los momentos en los que odié tenerlo enfrente ... también lo iba a extrañar.

Según mi guía inquieto, estábamos bien de tiempo. Viajaríamos en tren para apurar el paso. Caminamos hasta la estación. Yo parecía una japonesa, con la cámara en mano, tomando cada imagen para conservarlo.


Señal 1: El tren NUNCA llegaba.


Empezaba a temer no llegar a horario, cuando al fin apareció. Perdí la cuenta de las estaciones por las que pasamos antes de bajar, ya me consumían los nervios. Llegamos justo, el colectivo ya estaba en su lugar y yo era una de las últimas en subir.

Un abrazo fuerte sin muchas palabras, algunas payasadas para contrarrestar la amargura del adiós.

Señal 2: Ni bien subí, lo primero que noté fue el mal estado de la expendedora de agua y café a unos pasos de mí.

Las últimas corridas me habían dejado sedienta, así que lo primero que pensé fue: "se verá mal, pero agua tendrá". Decir que "goteaba" sería ser generosa con los conceptos. Estuve 30 minutos intentando cargar un vasito minúsculo de tergopol, que no llegó a satisfacer ni una tercera parte de mi sed. Tuve que reiterar varias veces el proceso.

Señal 3: El colectivo no se veía muy bien, el deterioro era evidente.

Señal 4: Había muuuucho espacio vacío, sin embargo, justo en diagonal a mi, había una joven pareja con su pequeño bebé. No pude evitar notar la gran bolsa de pañales que tenía el padre bajo los pies del asiento. Me lamenté.

Sabía que tras el viaje eterno, con escasa agua y algo incómoda, con un poco de suerte podía dormir un par horas antes de ir a trabajar (esos sacrificios que hacemos por amigos, diversión y rock). Decidí dormir en vez de leer para adelantar mi descanso, pero el niño con pañales resultó ser un maldito mañoso, llorón y que justo justo estaba aprendiendo a hablar. Nada de ternura, lo odié.

Cuando al fin pude dormir, entre sueños, noté que el ómnibus estaba quieto y había algunos sonidos que no podía identificar. Al asomarme a la ventanilla veo alguien que parecía ser un mecánico y una cubierta destrozada. "Mierda, pinchamos", pensé y aguardé con paciencia que algún personal de la empresa subiera a comunicar alguna novedad.

Ese fue el instante en el que adoré a la madre del inquieto. Recordé que por su insistencia, tenía conmigo un paquetito con algunos sandwiches de miga (qué felicidá señora mamá!), me puse a comer sin apuro alguno, mientras escribía un mensaje al inquieto para contarle "la sal" que tenía al habernos quedado varados en plena ruta a poco de haber emprendido viaje. "Imposible enviar mensaje" leí en la pantallita. Mi crédito había muerto.

Subió el guarda y dijo en medio del pasillo, "Gente, se rompió la cubierta y parte del colectivo, no podemos seguir, ya pedimos otro coche, pero va a tardar alrededor de una hora en llegar". ¡Y ya llevábamos unos 40 minutos ahí!

Fue la hora más eterna, hasta que nos ordenaron bajar con nuestro equipaje de mano, porque en 5 minutos otro coche llegaría al lugar.

Al poco tiempo ya estaba instalada en el otro colectivo, el cual era nuevo, con la expendedora en pleno funcionamiento y todo el show. Pero el bebé seguía llorando y se encendieron los televisores.

Tras los anuncios y chivos de la empresa (en la que jamás volveré a viajar) comienza la película. Era "Depredadores" una peli que según mi criterio es MA LÍ SI MA!

Otra vez el guarda aparece en escena y tuve la buena idea de preguntarle a qué hora llegaríamos a la capital misionera. Su respuesta fue "A eso de las 5 a.m". Yo entraba a trabajar a las 7 am.!!! apenas si iba a poder pegarme un baño antes de salir corriendo!

En eso, empiezo a sentir un charco debajo de mi, cuando observo, era una hilera de agua que venía no sé de donde y desembocaba justo en la bolsa que tenía el pedal para la guitarra de mi chico. Cuando saco, toda la caja se había mojado, pero afortunadamente el agua no había alcanzado el "artefacto musical". Al menos.

Me obligué a dormir, para poder descansar, aprovechando las luces apagadas, cuando detecté un pasajero oriental sentado justo detrás de mí y con insomnio.Caminaba desprolijamente -como si sus ojos rasgados no le permitieran ver el camino con claridad- hasta la expendedora, cargaba café y volvía su asiento con todas las patadas de kung fu a la hora de acomodarse. Pero lo peor de todo, era el sonido que hacía al tomar el café, ruido que detessssto cuando alguien toma algo caliente y encima lo degustaba después. Una y otra vez.Así y todo logré dormir, una vez naturalizada la presencia del oriental.

Cuando despierto, afiches políticos me daban aviso que ya estaba en mi provincia. No volví a dormir. El reloj casi marcaba las 5.

Llegamos a destino. El primer hombre que se me acercó ofreciendo un taxi recibió mi respuesta afirmativa y ya rumbo a casa, agradecí haber vuelto.

Entré al departamento y me esperaba la boleta de la luz y una nota del dueño pidiendo que pague el alquiler "si o si" el lunes 10 de octubre. "Hoy es 10 de octubre", pensé mientras apuraba el paso para bañarme y volar al trabajo.

Llegué al edificio donde trabajo y estaba todo cerrado. Por el feriado, se entraba a las 8 y nadie me había avisado. Traté de no angustiarme pensando en que era el día para cobrar y poder saldar mis cuentas.

Todo se oscureció cuando un compañero de trabajo dijo "por el feriado, el contador no viene, te van a pagar mañana".

Es reirse o amargarse.



Es increíble como a veces todo se enlaza perfectamente para terminar creando ...
una hermosa fatalidad.

1 comentario:

Alegría dijo...

Me encantan las crónicas de viaje. Lo de 'una vez naturalizado el oriental', me puso a reír. Abrazo Lady, gracias por la escritura. :)